lunes, 17 de diciembre de 2012

"UN MINUTO ENTRE AMIGOS"





Como sobresaliente y el más consolador de los presagios en el  inminente inicio de  este  incierto e inquietante año 2013, compartimos con todos ustedes la esperanzadora noticia de lo que será uno de los acontecimientos musicales más relevantes en este nuevo año que se avecina, cuya envergadura y trascendencia, sin dudas propiciará que el mismo se constituya en uno de los hitos  de nuestro panorama cultural.
Nos referimos a la tan esperada presentación del nuevo proyecto discográfico “Un Minuto entre amigos”, que tendrá lugar el viernes 4 de enero, en el Teatro Leal de San Cristóbal de La Laguna.


 Simplemente les avanzo, que a diferencia de otras experiencias similares, este nuevo disco no se limita a una evocación nostálgica y al recuerdo de la figura de Manuel Luis Medina; “El Minuto”. Estamos ante una propuesta musical innovadora, tan extraordinaria, versátil y heterogénea, como lo es el portentoso elenco de protagonistas participantes:
Parranda de Cantadores, Luis Morera, Olga Cerpa, Encantadoras, Manolo Vieira, Celso Albelo, José Manuel Ramos, Alma De Bolero, Manolo Estupiñán, Isabel Padrón, Maricarmen González, Beatriz Alonso Quartet, Troveros de Asieta, Sergio Núñez, Candelaria González, Pancho Delgado, Jeremías Martín, Emilio Negrín, Alba Pérez, Irene Niebla, Claritzel, Jairo, Jonathan, Josue, Fernando, Luis Rivero, Carlos Martín, Arena Digital, Rampa en Gran Canaria, Michel Montelongo...etc.


De la maestría y solvencia de todos ellos…y de alguna otra sorpresa más, podremos disfrutar todos aquellos afortunados que adquieran una entrada para tan señalada noche.

A quienes no les sonría la suerte y la oportunidad de acudir al evento, podrán tener el consuelo de adquirir esta joya discográfica en breve tiempo.



Félix Román Morales.


(Artículo de Gonzalo Hernández,  a propósito de su entrevista con Manuel Luis Medina, días antes de su fallecimiento).

Ya no habrá más serenatas, de luto están las macetas…

Manuel Luis Medina, el Minuto, fue quizás la voz más sensible y el personaje con mayor carácter de cuantos artistas poblaron el panorama musical canario del siglo XX —«Yo era correcto con todo el mundo. Con todo el mundo que yo quería. Con los demás no», me explicó una tarde en una conversación, entre vinos, en el restaurante Casa Maquila, días antes de su fallecimiento.
Su infancia estuvo marcada por los sonidos en que lo imbuía su tío Don Luis Ramos Falcón, el emblemático presidente del Orfeón La Paz de La Laguna, además de querido orfeonista lagunero. Aquella tarde de mayo del año 2007, aún recordaba —e incluso cantaba— la “Romanza del niño judío” que su tío le enseñara:
Qué me importa ser judío,
si ya lo soy por ausencia...
Manuel Luis era, a finales de los años sesenta, un joven que se movía en ambientes culturales universitarios, de La Laguna y de Madrid, donde cursó —sin finalizar nunca sus estudios: «No di ni gongo», confiesa— Derecho y Ciencias Políticas. En aquellos años, junto con otros amigos de La Punta, formaría Los Sabandeños, uno de los grupos de música popular más relevantes de España durante varias décadas. En los discos que grabó con ellos —sus primeros sencillos y seis de sus álbumes iniciales— quedaron registrados con su voz solos que son hoy en día parte importante del archivo sonoro del folclore de las Islas Canarias, como la copla grabada en marzo del año 1968 en el segundo sencillo del grupo:
En la fiesta de Las Mercedes
a una maga le di un beso,
se me quedaron los labios
dando gusto a gofio y queso.
La vida cultural y universitaria de la España de aquellos años setenta fue el germen de todos los cambios sociales y políticos que vendrían después. El boom de lo sudamericano invadía todos los territorios del arte —la literatura, la pintura, la música…—. Y los jóvenes tomaron aquella música sudamericana como bandera. Eran los años en los que Jorge Cafrune cantaba al hombre del campo —su vida, sus costumbres y su pobreza— con versos de Athaualpa Yupanqui, Jaime Davalos, Falú... Años en los que Ariel Ramirez componía la misa criolla; en los que Violeta Parra, Mercedes Sosa y Horacio Guaraní eran verdaderas autoridades de la cultura hispana; mientras en España, en la única cadena de televisión existente por entonces, Jose Luis Balbín, en su programa A fondo, entrevistaba a personalidades de la talla de Juan Rulfo, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa, Atahualpa Yupanqui o Chabuca Granda.

Manuel Luis, el Minuto, cercano a la vanguardia cultural del momento, no podía permanecer ajeno a todo aquello; y así, aunque su carrera artística comenzó vinculada al folclore y a la música popular canaria, no tardaría en sumar su voz a este nuevo movimiento. «La vinculación de la música sudamericana conmigo, o la mía con ella —me contaba en Casa Maquila— se debió a que me gustaban las letras, y por supuesto, la música. Los Sabandeños nos metimos primero con las guaranias paraguayas, que eran lo más que se nos adaptaba, o lo más cercano que teníamos. Y luego ya le metimos mano a la música argentina».
El Minuto habría de ser, de hecho, el primero en Canarias en interpretar y grabar muchos de los temas que hoy en día forman parte del acervo popular de las Islas, como en el caso del tema “Tus ojos”, grabado en el año 1972 en el disco Cantan a Hispanoamérica, de Los Sabandeños, con su voz en los solos.
Tus ojos, que son mi alegría,
tus ojos, que son mi esperanza,
por ellos mi alma suspira,
en tierno arrullo, arrullo de amor.
En 1974, animado por el director de la casa discográfica Colombia, Don Benito Lauret, decidió abandonar definitivamente las filas de Los Sabandeños para comenzar su carrera discográfica en solitario, con el disco Argentina en la voz de Manuel Luis. No contento con ello, el Minuto quiso ir más lejos que otros muchos de los que en aquellos años reinterpretaban para el mercado local lo que llegaba a través de las grabaciones discográficas: hizo las maletas y se marchó a Argentina, a reinterpretar aquellos temas de su primer disco en su país de origen.

Crítico y sincero como era en todas sus entrevistas, de regreso de su aventura americana, se hacía eco tanto de las buenas opiniones —como la que le hiciera un crítico musical ante la audición del tema “Balderrama”, en presencia del conocido poeta argentino, ya fallecido, Hugo Alarcón, quien expresó su sorpresa por el hecho de que “Con tanto falso argentino y con tanto folclorista que mandamos a Europa resulta que nosotros podemos importar de las Islas Canarias a un intérprete fiel de nuestras propias canciones”— como de aquellas otras, no tan positivas, y que él se felicitaba en recibir, que le hicieran en el programa coloquio de radio Excelsión —aún hoy entre las emisoras más importantes de Buenos Aires—, en el que, después de escucharlo cantar la “Balada del Loco”, mostraron su descontento por su desconocimiento del ambiente real del barrio donde se desarrolló el tema. A lo cual, en aquella ocasión, Manuel Luis no tuvo reparo en responder que conocer Buenos Aires en el sentido de esta canción equivalía a ser porteño, y en reclamar el reconocimiento del mérito que suponía la defensa de una cultura que no era la suya.

Su íntima amistad con otro de los fundadores del grupo de La Punta, Julio Fajardo, músico muy relevante en el panorama musical de Tenerife a principios de los setenta, lo llevaría a formar dúo con este último: el dúo Fajardo-Medina. Comprometido social y culturalmente, sus recitales en aquellos años fueron más allá del simple entretenimiento, como cuando quiso actuar ante los emigrantes españoles en Munich, o en Francfort.
Pese a todo, Manuel Luis Medina nunca habría de desvincularse afectivamente del grupo que, en 1968, creara junto con otros amigos de la adolescencia: «A Los Sabandeños los quiero como un hijo mío —me reconoce—. Es lógico. Puedo despotricar de Los Sabandeños, pero no me gusta que otros lo hagan. No me gusta. Y si despotrico, despotrico con alguien consciente».

Exigente como era con su carrera musical, en el año 1975, en una entrevista realizada en el periódico La tarde, advertiría: “O salgo palante o lo dejo todo”. De esta manera, en el año 1979 sacaría al mercado su segundo y último disco, El bernegal, en el que incluiría, además de temas de su amigo Julio Fajardo, una de las canciones más emblemáticas de su trayectoria: “Matías el Jaranero”.
Se le oía, siempre atrás, de medianoche,
regalando en las ventanas poco a poco el corazón,
y, una aurora que no olvidará esa esquina,
fue la muerte quien le abrió su gris balcón.
Quizás, como le sucede en la canción a Matías el Jaranero, Manuel Luis Medina el Minuto no recibió la reciprocidad del público canario, que no supo apreciar su aporte a la cultura popular universal. 
—¿Mereció la pena? —le pregunté aquella tarde en el Maquila.
—¿El haberme divertido?... No me jodas. Como si empiezo ahora, con 62 años y cáncer de pulmón.

Gonzalo Hernández

(Prólogo literario de la contraportada del disco,  por Félix Román Morales).


Solo un ser de infinita sensibilidad, capaz de haber concebido su vida como un fugaz y nocturno deambular por las calles del alma…en extraviado andar hacia la vespertina luz anunciada por los gallos tempraneros…con los  pasos apenas detenidos para  prodigarse en  regalar su generoso corazón  por las ventanas… podía volver hecho canción.
Y es que  hay versos que nos enseñan que una canción puede llegar a explicar toda una vida… y hay vidas cuya lírica y plenitud siempre las hará renacer en una canción.

Cuando, inusitadamente, cantor y canto se conjuran en dos almas gemelas de un mismo aliento indómito y bohemio, se produce el sublime prodigio de haber podido vivir lo cantado…y de haber cantado, lo hasta entonces, vivido.

Y es tras ese adverso entonces, cuando la vida misma logra transmutarse en sonoro verso, para volver de la muerte arropada en un canto desprendido en el  musitar de unos labios añorantes de algún querido amigo, como una oración invocadora y anhelante por el regreso del camarada perdido. Porque al cantar aquellos mismos versos que el ausente cantó, revivirá en aquel querido amigo,  todo cuanto él vivió.
 Canto, vida y amistad es la más bella constelación poética que un soñador de estrellas podrá jamás contemplar. Y… Manuel Luís Medina…“El Minuto”… acunó su vida en la dulce ensoñación de las estrellas…viviendo como cantó.



Alcanzar esas rutilantes estrellas…es todo cuanto, en esencia, ansía el espíritu humano que nos alienta. Alzar la mano hacia el infinito para atrapar un puñado de aquel eterno resplandor, es un fútil y cándido gesto latente en la memoria de nuestra niñez. Y sin embargo…hubo un niño que al alzar su mano, siempre encontró aquel candente fulgor en la mano paternal que le diera refugio. Porque aquella mano hospitalaria,  era la sabia ejecutora de un tropel de acordes de guitarra volando hacia la luz.
Portar orgulloso aquella vieja guitarra, siempre fue el mágico privilegio para el  hijo del cantor, y el más entrañable recuerdo que atesorara para sí, el hijo del hombre.

Cuando el cantor ya no estuvo entre nosotros…sólo quedó el silencio…porque en la ausencia del padre,  sólo el mutismo de aquellos acordes procuró en el hijo el mitigar de su dolor. Hasta que mucho tiempo después…comprendió que su padre ya no volvería…que habría de ser él, quien fuera a su encuentro, emprendiendo un vertiginoso viaje hacía aquel remoto candor de la infancia…allá donde la luz ampara la inmortalidad de los poetas, los cantores y algún que otro alma bendecida por la genial e ingenua locura. Y…aprendió a vivir como cantó su padre…cantando lo que  vivió el cantor.

Aprender a vivir, es complacerse en la inmensa dicha de compartir con el amigo los anhelos y sentimientos… regalar poco a poco el corazón...haciendo a los demás cómplices y  copartícipes de las hondas motivaciones que reclama el espíritu. Es por todo esto…y por mucho más…por lo que el entrañable amigo Luis Medina abre nuevamente  sus ventanas a la calle donde una vez  transitó aquel inolvidable cantor que fuera su padre, para que todas las auroras inunden los balcones…acompañando los  sonoros ecos nocturnos de una canción… y ya nunca regrese el gris de las sombras…porque al fin  se habrá cumplido el mágico momento…de tan sólo un preciso instante…donde habremos de sentirnos en la feliz estadía que conlleva el pasar, verdaderamente, un minuto entre amigos.




Félix Román Morales.

viernes, 7 de diciembre de 2012

G.F. Isogue



Es difícil encontrar ejemplos donde pueda quedar en entredicho, la tendencia generalizada de calificar cualquier actividad artística o creativa, por el simple hecho de un éxito momentáneo, una abultada cuenta de resultados  o  una fulminante popularidad. 
Raras veces, consigue prosperar el criterio de entender, que frente a la sugerente imagen de la triunfante bandera sobre la cumbre alcanzada, precede y subyace la productiva y provechosa experiencia de la esforzada ascensión a esa misma cima.

Y es que… este… es el mundo de los hechos consumados donde nadie se detiene a leer en las perdidas páginas que cuentan la vida de algo o de alguien, y donde todos nos apresuramos  en acudir a la última hoja de conclusiones,  para  poder extraer allí algún abreviado y trivial  resumen,  con el  que asignar una etiqueta que encasille  a todos y a  todo cuanto suscita nuestro efímero interés.

Centramos nuestra atención en buscar un fin último de las cosas, porque damos por hecho de que nada tiene sentido si no existe a priori,  una incitación a alcanzar un objetivo concreto que  los demás puedan reconocer y alabar.



No nos damos cuenta  que al perseguir ese reconocimiento y alabanza del otro, en virtud de los triunfantes logros exhibidos, simplemente estamos dando complacencia a nuestra vanidad. Torpemente no conseguimos percatarnos, que en este estrepitoso mundo, ya no somos capaces de hallar el límite que satisfaga a esa vanidad, porque en el fondo, nos hemos convertido en seres torturados por una irreflexiva avidez de protagonismo y popularidad.

Y mientras andamos errantes…en esa búsqueda inocua y estéril, casi hemos perdido toda capacidad por recrearnos, simplemente,  en el  gozo y el divertimento que implica  el  desarrollo y la materialización de  nuestras inquietudes artísticas y creativas.

Andar los caminos sin más pretensión que contemplar el paisaje, es una bella forma de andar. Para muchos, distraer la mirada de la lejana  meta,  al final del camino marcada,  resulta ser  una actitud incomprensible, sin darse cuenta que obsesionarse por tal  ansiada llegada, es tan absurdo, como irracional resulta ser la insaciable ofuscación por alcanzar una  fugaz vanagloria.

Con esa larga andadura de supuestos pasos perdidos, ha caminado, sin prisas, el raro ejemplo que hoy traemos a este pequeño espacio. Nos referimos al Grupo Isogue, surgido hace veinte años a la sombra de un promontorio basáltico del mismo nombre, cuyas paredes acantiladas precipitan el vertiginoso descenso de la Cordillera de Anaga hasta su entrega en el mar, allá en la hospitalarias costas de Bajamar.

Si algún definitorio y acertado calificativo podemos enunciar para esta formación musical es el de sorprendente. Porque el Grupo Isogue es la más pura imagen de la sencillez y la humildad sobre un escenario, y bajo él.  Carentes de  todo afán de notoriedad o protagonismo, siempre nos ofrecen una actitud comedida y desprovista de cualquier pretensión grandilocuente en demostrar algo a alguien, salvo a sí mismos. 

Y ahí es donde reside la grandeza de este colectivo, a la que el público no es ajeno, en cuanto emergen los portentosos primeros compases armónicos de su cuerpo coral e instrumental. Nada hace sospechar que tras esa cándida imagen de la puesta en escena, irrumpa tan asombrosa y solvente calidad musical y coreográfica… hasta el punto…de no parecer ellos mismos, sino la antagónica figura que nunca han pretendido ser. Superarse a si mismos, es la clave de esta transformación, que sólo puede surgir desde la constancia y el esfuerzo en el día a día.

Es un esfuerzo que nace hace una veintena de años de la mano experta y creativa de Eusebio Cabrera, para ser retomado, en una segunda etapa, por su actual director musical Jacob González. Un esfuerzo iniciado por Juan Antonio Domínguez y continuado por Carlos Mora como directores del cuerpo de baile. Un esfuerzo, en definitiva, que siempre ha sido entendido por esta formación musical como el único camino donde avanzar y encontrarse con lo mejor de si mismos.




Asumir, como premisa motivadora, esta creencia en la superación personal y colectiva, les ha llevado a una permanente inquietud creativa en los aspectos temáticos de su extenso y sólido repertorio, donde abunda una poética relativa a cuestiones actuales y plenamente vigentes de nuestro entorno, y a la indagación y rescate de elementos argumentales y musicales del pasado.


Pero sin lugar a dudas, donde el referido esfuerzo de superación se manifiesta con total rotundidad, es en la extraordinaria ejecución coral e instrumental de una amplia y excelente compilación de recursos armónicos y melódicos, surgidos de la maestría de su director Jacob González Marrero.



La singularidad de ambos aspectos; el temático y el musical; ha conferido a esta agrupación  una impronta especifica fácilmente identificable,  en cuanto llega a nuestros sentidos alguno de sus recursos sonoros y poéticos, cuya concreción y particularidad  los hacen plenamente reconocibles.


La clave  para que tal proceso de superación haya dado sus frutos en Isogue, no es otra que el haber contado con la oportunidad de desarrollarse en un prolongado espacio temporal, gracias a la insólita estabilidad y permanencia del plantel de sus integrantes, capaces de superar cualquier natural controversia, en beneficio de desarrollar una tarea común, basada en intentar hacer las cosas bien, sin más objetivo que disfrutar colectivamente de la tarea realizada.


En estos días, anda el Grupo Isogue en plena grabación de lo que será su nuevo disco, donde quienes no han tenido aún  la oportunidad de escucharlos, podrán comprobar los motivos por los cuales, hoy aquí nos hemos hecho eco de su ejemplarizante andadura.


Félix Román Morales Díaz
para Artistasenred
y  para Etnografía y Folclore.