viernes, 7 de diciembre de 2012

G.F. Isogue



Es difícil encontrar ejemplos donde pueda quedar en entredicho, la tendencia generalizada de calificar cualquier actividad artística o creativa, por el simple hecho de un éxito momentáneo, una abultada cuenta de resultados  o  una fulminante popularidad. 
Raras veces, consigue prosperar el criterio de entender, que frente a la sugerente imagen de la triunfante bandera sobre la cumbre alcanzada, precede y subyace la productiva y provechosa experiencia de la esforzada ascensión a esa misma cima.

Y es que… este… es el mundo de los hechos consumados donde nadie se detiene a leer en las perdidas páginas que cuentan la vida de algo o de alguien, y donde todos nos apresuramos  en acudir a la última hoja de conclusiones,  para  poder extraer allí algún abreviado y trivial  resumen,  con el  que asignar una etiqueta que encasille  a todos y a  todo cuanto suscita nuestro efímero interés.

Centramos nuestra atención en buscar un fin último de las cosas, porque damos por hecho de que nada tiene sentido si no existe a priori,  una incitación a alcanzar un objetivo concreto que  los demás puedan reconocer y alabar.



No nos damos cuenta  que al perseguir ese reconocimiento y alabanza del otro, en virtud de los triunfantes logros exhibidos, simplemente estamos dando complacencia a nuestra vanidad. Torpemente no conseguimos percatarnos, que en este estrepitoso mundo, ya no somos capaces de hallar el límite que satisfaga a esa vanidad, porque en el fondo, nos hemos convertido en seres torturados por una irreflexiva avidez de protagonismo y popularidad.

Y mientras andamos errantes…en esa búsqueda inocua y estéril, casi hemos perdido toda capacidad por recrearnos, simplemente,  en el  gozo y el divertimento que implica  el  desarrollo y la materialización de  nuestras inquietudes artísticas y creativas.

Andar los caminos sin más pretensión que contemplar el paisaje, es una bella forma de andar. Para muchos, distraer la mirada de la lejana  meta,  al final del camino marcada,  resulta ser  una actitud incomprensible, sin darse cuenta que obsesionarse por tal  ansiada llegada, es tan absurdo, como irracional resulta ser la insaciable ofuscación por alcanzar una  fugaz vanagloria.

Con esa larga andadura de supuestos pasos perdidos, ha caminado, sin prisas, el raro ejemplo que hoy traemos a este pequeño espacio. Nos referimos al Grupo Isogue, surgido hace veinte años a la sombra de un promontorio basáltico del mismo nombre, cuyas paredes acantiladas precipitan el vertiginoso descenso de la Cordillera de Anaga hasta su entrega en el mar, allá en la hospitalarias costas de Bajamar.

Si algún definitorio y acertado calificativo podemos enunciar para esta formación musical es el de sorprendente. Porque el Grupo Isogue es la más pura imagen de la sencillez y la humildad sobre un escenario, y bajo él.  Carentes de  todo afán de notoriedad o protagonismo, siempre nos ofrecen una actitud comedida y desprovista de cualquier pretensión grandilocuente en demostrar algo a alguien, salvo a sí mismos. 

Y ahí es donde reside la grandeza de este colectivo, a la que el público no es ajeno, en cuanto emergen los portentosos primeros compases armónicos de su cuerpo coral e instrumental. Nada hace sospechar que tras esa cándida imagen de la puesta en escena, irrumpa tan asombrosa y solvente calidad musical y coreográfica… hasta el punto…de no parecer ellos mismos, sino la antagónica figura que nunca han pretendido ser. Superarse a si mismos, es la clave de esta transformación, que sólo puede surgir desde la constancia y el esfuerzo en el día a día.

Es un esfuerzo que nace hace una veintena de años de la mano experta y creativa de Eusebio Cabrera, para ser retomado, en una segunda etapa, por su actual director musical Jacob González. Un esfuerzo iniciado por Juan Antonio Domínguez y continuado por Carlos Mora como directores del cuerpo de baile. Un esfuerzo, en definitiva, que siempre ha sido entendido por esta formación musical como el único camino donde avanzar y encontrarse con lo mejor de si mismos.




Asumir, como premisa motivadora, esta creencia en la superación personal y colectiva, les ha llevado a una permanente inquietud creativa en los aspectos temáticos de su extenso y sólido repertorio, donde abunda una poética relativa a cuestiones actuales y plenamente vigentes de nuestro entorno, y a la indagación y rescate de elementos argumentales y musicales del pasado.


Pero sin lugar a dudas, donde el referido esfuerzo de superación se manifiesta con total rotundidad, es en la extraordinaria ejecución coral e instrumental de una amplia y excelente compilación de recursos armónicos y melódicos, surgidos de la maestría de su director Jacob González Marrero.



La singularidad de ambos aspectos; el temático y el musical; ha conferido a esta agrupación  una impronta especifica fácilmente identificable,  en cuanto llega a nuestros sentidos alguno de sus recursos sonoros y poéticos, cuya concreción y particularidad  los hacen plenamente reconocibles.


La clave  para que tal proceso de superación haya dado sus frutos en Isogue, no es otra que el haber contado con la oportunidad de desarrollarse en un prolongado espacio temporal, gracias a la insólita estabilidad y permanencia del plantel de sus integrantes, capaces de superar cualquier natural controversia, en beneficio de desarrollar una tarea común, basada en intentar hacer las cosas bien, sin más objetivo que disfrutar colectivamente de la tarea realizada.


En estos días, anda el Grupo Isogue en plena grabación de lo que será su nuevo disco, donde quienes no han tenido aún  la oportunidad de escucharlos, podrán comprobar los motivos por los cuales, hoy aquí nos hemos hecho eco de su ejemplarizante andadura.


Félix Román Morales Díaz
para Artistasenred
y  para Etnografía y Folclore.

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