Es difícil encontrar ejemplos donde pueda quedar en entredicho, la tendencia generalizada de calificar cualquier actividad artística o creativa, por el simple hecho de un éxito momentáneo, una abultada cuenta de resultados o una fulminante popularidad.
Raras veces, consigue prosperar el criterio de entender, que frente a la sugerente imagen de la triunfante bandera sobre la cumbre alcanzada, precede y subyace la productiva y provechosa experiencia de la esforzada ascensión a esa misma cima.
Y es que… este… es el mundo de
los hechos consumados donde nadie se detiene a leer en las perdidas páginas que
cuentan la vida de algo o de alguien, y donde todos nos apresuramos en acudir a la última hoja de
conclusiones, para poder extraer allí algún abreviado y trivial resumen, con el
que asignar una etiqueta que encasille a todos y a todo cuanto suscita nuestro efímero interés.
Centramos nuestra atención en
buscar un fin último de las cosas, porque damos por hecho de que nada tiene
sentido si no existe a priori, una incitación
a alcanzar un objetivo concreto que los
demás puedan reconocer y alabar.
No nos damos cuenta que al perseguir ese reconocimiento y alabanza
del otro, en virtud de los triunfantes logros exhibidos, simplemente estamos
dando complacencia a nuestra vanidad. Torpemente no conseguimos percatarnos,
que en este estrepitoso mundo, ya no somos capaces de hallar el límite que
satisfaga a esa vanidad, porque en el fondo, nos hemos convertido en seres
torturados por una irreflexiva avidez de protagonismo y popularidad.
Y mientras andamos errantes…en
esa búsqueda inocua y estéril, casi hemos perdido toda capacidad por recrearnos,
simplemente, en el gozo y el divertimento que implica el desarrollo y la materialización de nuestras inquietudes artísticas y creativas.
Andar los caminos sin más
pretensión que contemplar el paisaje, es una bella forma de andar. Para muchos,
distraer la mirada de la lejana meta, al final del camino marcada, resulta ser una actitud incomprensible, sin darse cuenta
que obsesionarse por tal ansiada llegada,
es tan absurdo, como irracional resulta ser la insaciable ofuscación por alcanzar
una fugaz vanagloria.
Con esa larga andadura de supuestos
pasos perdidos, ha caminado, sin prisas, el raro ejemplo que hoy traemos a este
pequeño espacio. Nos referimos al Grupo Isogue, surgido hace veinte años a la
sombra de un promontorio basáltico del mismo nombre, cuyas paredes acantiladas
precipitan el vertiginoso descenso de la Cordillera de Anaga hasta su entrega
en el mar, allá en la hospitalarias costas de Bajamar.
Si algún definitorio y acertado
calificativo podemos enunciar para esta formación musical es el de
sorprendente. Porque el Grupo Isogue es la más pura imagen de la sencillez y la
humildad sobre un escenario, y bajo él. Carentes
de todo afán de notoriedad o
protagonismo, siempre nos ofrecen una actitud comedida y desprovista de
cualquier pretensión grandilocuente en demostrar algo a alguien, salvo a sí
mismos.
Y ahí es donde reside la grandeza de este colectivo, a la que el
público no es ajeno, en cuanto emergen los portentosos primeros compases
armónicos de su cuerpo coral e instrumental. Nada hace sospechar que tras esa
cándida imagen de la puesta en escena, irrumpa tan asombrosa y solvente calidad
musical y coreográfica… hasta el punto…de no parecer ellos mismos, sino la
antagónica figura que nunca han pretendido ser. Superarse a si mismos, es la
clave de esta transformación, que sólo puede surgir desde la constancia y el
esfuerzo en el día a día.
Es un esfuerzo que nace hace una
veintena de años de la mano experta y creativa de Eusebio Cabrera, para ser
retomado, en una segunda etapa, por su actual director musical Jacob González.
Un esfuerzo iniciado por Juan Antonio Domínguez y continuado por Carlos Mora
como directores del cuerpo de baile. Un esfuerzo, en definitiva, que siempre ha
sido entendido por esta formación musical como el único camino donde avanzar y
encontrarse con lo mejor de si mismos.
Asumir, como premisa motivadora, esta
creencia en la superación personal y colectiva, les ha llevado a una permanente
inquietud creativa en los aspectos temáticos de su extenso y sólido repertorio,
donde abunda una poética relativa a cuestiones actuales y plenamente vigentes
de nuestro entorno, y a la indagación y rescate de elementos argumentales y
musicales del pasado.
Pero sin lugar a dudas, donde el
referido esfuerzo de superación se manifiesta con total rotundidad, es en la
extraordinaria ejecución coral e instrumental de una amplia y excelente
compilación de recursos armónicos y melódicos, surgidos de la maestría de su
director Jacob González Marrero.
La singularidad de ambos aspectos;
el temático y el musical; ha conferido a esta agrupación una impronta especifica fácilmente
identificable, en cuanto llega a
nuestros sentidos alguno de sus recursos sonoros y poéticos, cuya concreción y
particularidad los hacen plenamente
reconocibles.
La clave para que tal proceso de superación haya dado
sus frutos en Isogue, no es otra que el haber contado con la oportunidad de
desarrollarse en un prolongado espacio temporal, gracias a la insólita
estabilidad y permanencia del plantel de sus integrantes, capaces de superar
cualquier natural controversia, en beneficio de desarrollar una tarea común,
basada en intentar hacer las cosas bien, sin más objetivo que disfrutar colectivamente
de la tarea realizada.
En estos días, anda el Grupo
Isogue en plena grabación de lo que será su nuevo disco, donde quienes no han
tenido aún la oportunidad de
escucharlos, podrán comprobar los motivos por los cuales, hoy aquí nos hemos
hecho eco de su ejemplarizante andadura.
Félix Román Morales Díaz
para Artistasenred
y
para Etnografía y Folclore.
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