Nos referimos a la tan esperada presentación del nuevo proyecto discográfico “Un Minuto entre amigos”, que tendrá lugar el viernes 4 de enero, en el Teatro Leal de San Cristóbal de La Laguna.
Simplemente les avanzo, que a diferencia de otras experiencias
similares, este nuevo disco no se limita a una evocación nostálgica y al
recuerdo de la figura de Manuel Luis Medina; “El Minuto”. Estamos ante una
propuesta musical innovadora, tan extraordinaria, versátil y heterogénea, como
lo es el portentoso elenco de protagonistas participantes:
Parranda de Cantadores, Luis Morera, Olga Cerpa, Encantadoras,
Manolo Vieira, Celso Albelo, José Manuel Ramos, Alma De Bolero, Manolo
Estupiñán, Isabel Padrón, Maricarmen González, Beatriz Alonso Quartet, Troveros
de Asieta, Sergio Núñez, Candelaria González, Pancho Delgado, Jeremías Martín,
Emilio Negrín, Alba Pérez, Irene Niebla, Claritzel, Jairo, Jonathan, Josue,
Fernando, Luis Rivero, Carlos Martín, Arena Digital, Rampa en Gran Canaria,
Michel Montelongo...etc.
De la maestría y solvencia de todos ellos…y de alguna otra
sorpresa más, podremos disfrutar todos aquellos afortunados que adquieran una
entrada para tan señalada noche.
A quienes no les sonría la suerte y la oportunidad de acudir al
evento, podrán tener el consuelo de adquirir esta joya discográfica en breve
tiempo.
Félix Román Morales.
(Artículo de Gonzalo Hernández, a propósito de su entrevista con Manuel Luis
Medina, días antes de su fallecimiento).
Ya no habrá
más serenatas, de luto están las macetas…
Manuel
Luis Medina, el Minuto, fue quizás la
voz más sensible y el personaje con mayor carácter de cuantos artistas poblaron
el panorama musical canario del siglo XX —«Yo era correcto con todo el mundo.
Con todo el mundo que yo quería. Con los demás no», me explicó una tarde en una
conversación, entre vinos, en el restaurante Casa Maquila, días antes de su
fallecimiento.
Su
infancia estuvo marcada por los sonidos en que lo imbuía su tío Don Luis Ramos
Falcón, el emblemático presidente del Orfeón La Paz de La Laguna, además de
querido orfeonista lagunero. Aquella tarde de mayo del año 2007, aún recordaba
—e incluso cantaba— la
“Romanza del niño judío” que su tío le enseñara:
Qué me importa ser judío,
si
ya lo soy por ausencia...
Manuel
Luis era, a finales de los años sesenta, un joven que se movía en ambientes
culturales universitarios, de La Laguna y de Madrid, donde cursó —sin finalizar
nunca sus estudios: «No di ni gongo», confiesa— Derecho y Ciencias Políticas.
En aquellos años, junto con otros amigos de La Punta, formaría Los Sabandeños,
uno de los grupos de música popular más relevantes de España durante varias
décadas. En los discos que grabó con ellos —sus primeros sencillos y seis de
sus álbumes iniciales— quedaron registrados con su voz solos que son hoy en día
parte importante del archivo sonoro del folclore de las Islas Canarias, como la
copla grabada en marzo del año 1968 en el segundo sencillo del grupo:
En la fiesta de Las Mercedes
a una maga le di un beso,
se me quedaron los labios
dando
gusto a gofio y queso.
La
vida cultural y universitaria de la España de aquellos años setenta fue el
germen de todos los cambios sociales y políticos que vendrían después. El boom de lo sudamericano invadía todos
los territorios del arte —la literatura, la pintura, la música…—. Y los jóvenes
tomaron aquella música sudamericana como bandera. Eran los años en los que
Jorge Cafrune cantaba al hombre del campo —su vida, sus costumbres y su
pobreza— con versos de Athaualpa Yupanqui, Jaime Davalos, Falú... Años en los
que Ariel Ramirez componía la misa criolla; en los que Violeta Parra, Mercedes
Sosa y Horacio Guaraní eran verdaderas autoridades de la cultura hispana; mientras en España, en la única cadena
de televisión existente por entonces, Jose Luis Balbín, en su programa A fondo, entrevistaba a personalidades de la talla de Juan Rulfo, Julio
Cortázar, Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa, Atahualpa Yupanqui o Chabuca
Granda.
Manuel
Luis, el Minuto, cercano a la
vanguardia cultural del momento, no podía permanecer ajeno a todo aquello; y
así, aunque su carrera artística comenzó vinculada al folclore y a la música
popular canaria, no tardaría en sumar su voz a este nuevo movimiento. «La
vinculación de la música sudamericana conmigo, o la mía con ella —me contaba en
Casa Maquila— se debió a que me gustaban las letras, y por supuesto, la música. Los Sabandeños
nos metimos primero con las guaranias paraguayas, que eran lo más que se nos
adaptaba, o lo más cercano que teníamos. Y luego ya le metimos mano a la música
argentina».
El Minuto habría de ser, de hecho, el primero en Canarias en
interpretar y grabar muchos de los temas que hoy en día forman parte del acervo
popular de las Islas, como en el caso del tema “Tus ojos”, grabado en el año
1972 en el disco Cantan a Hispanoamérica,
de Los Sabandeños, con su voz en los solos.
Tus ojos, que son mi alegría,
tus ojos, que son mi esperanza,
por ellos mi alma suspira,
en
tierno arrullo, arrullo de amor.
En
1974, animado por el director de la casa discográfica Colombia, Don Benito
Lauret, decidió abandonar definitivamente las filas de Los Sabandeños para
comenzar su carrera discográfica en solitario, con el disco Argentina en la voz de Manuel Luis. No
contento con ello, el Minuto quiso ir
más lejos que otros muchos de los que en aquellos años reinterpretaban para el
mercado local lo que llegaba a través de las grabaciones discográficas: hizo
las maletas y se marchó a Argentina, a reinterpretar aquellos temas de su
primer disco en su país de origen.
Crítico
y sincero como era en todas sus entrevistas, de regreso de su aventura
americana, se hacía eco tanto de las buenas opiniones —como la que le hiciera
un crítico musical ante la audición del tema “Balderrama”, en presencia del
conocido poeta argentino, ya fallecido, Hugo Alarcón, quien expresó su sorpresa
por el hecho de que “Con tanto falso argentino y con tanto folclorista que
mandamos a Europa resulta que nosotros podemos importar de las Islas Canarias a
un intérprete fiel de nuestras propias canciones”— como de aquellas otras, no
tan positivas, y que él se felicitaba en recibir, que le hicieran en el
programa coloquio de radio Excelsión —aún hoy entre las emisoras más
importantes de Buenos Aires—, en el que, después de escucharlo cantar la “Balada del Loco”,
mostraron su descontento por su desconocimiento del ambiente real del barrio
donde se desarrolló el tema. A lo cual, en aquella ocasión, Manuel Luis no tuvo
reparo en responder que conocer Buenos Aires en el sentido de esta canción
equivalía a ser porteño, y en reclamar el reconocimiento del mérito que suponía
la defensa de una cultura que no era la suya.
Su
íntima amistad con otro de los fundadores del grupo de La Punta, Julio Fajardo,
músico muy relevante en el panorama musical de Tenerife a principios de los
setenta, lo llevaría a formar dúo con este último: el dúo Fajardo-Medina.
Comprometido social y culturalmente, sus recitales en aquellos años fueron más
allá del simple entretenimiento, como cuando quiso actuar ante los emigrantes
españoles en Munich, o en Francfort.
Pese a todo, Manuel Luis Medina nunca habría de
desvincularse afectivamente del grupo que, en 1968, creara junto con otros
amigos de la adolescencia: «A Los Sabandeños los quiero como un hijo mío —me
reconoce—. Es lógico. Puedo despotricar de Los Sabandeños, pero no me gusta que
otros lo hagan. No me gusta. Y si despotrico, despotrico con alguien
consciente».
Exigente
como era con su carrera musical, en el año 1975, en una entrevista realizada en
el periódico La tarde, advertiría: “O
salgo palante o lo dejo todo”. De esta manera, en el año 1979 sacaría al
mercado su segundo y último disco, El
bernegal, en el que incluiría, además de temas de su amigo Julio Fajardo,
una de las canciones más emblemáticas de su trayectoria: “Matías el Jaranero”.
Se le oía, siempre atrás, de medianoche,
regalando en las ventanas poco a poco el corazón,
y, una aurora que no olvidará esa esquina,
fue
la muerte quien le abrió su gris balcón.
Quizás,
como le sucede en la canción a Matías el
Jaranero, Manuel Luis Medina el
Minuto no recibió la reciprocidad del público canario, que no supo apreciar
su aporte a la cultura popular universal.
—¿Mereció la pena? —le pregunté aquella tarde en el
Maquila.
—¿El haberme divertido?... No me jodas. Como si
empiezo ahora, con 62 años y cáncer de pulmón.
Gonzalo Hernández
(Prólogo literario de la contraportada
del disco, por Félix Román Morales).
Solo
un ser de infinita sensibilidad, capaz de haber concebido su vida como un fugaz
y nocturno deambular por las calles del alma…en extraviado andar hacia la
vespertina luz anunciada por los gallos tempraneros…con los pasos apenas detenidos para prodigarse en
regalar su generoso corazón por
las ventanas… podía volver hecho canción.
Y
es que hay versos que nos enseñan que
una canción puede llegar a explicar toda una vida… y hay vidas cuya lírica y
plenitud siempre las hará renacer en una canción.
Cuando,
inusitadamente, cantor y canto se conjuran en dos almas gemelas de un mismo
aliento indómito y bohemio, se produce el sublime prodigio de haber podido
vivir lo cantado…y de haber cantado, lo hasta entonces, vivido.
Y
es tras ese adverso entonces, cuando la vida misma logra transmutarse en sonoro
verso, para volver de la muerte arropada en un canto desprendido en el musitar de unos labios añorantes de algún
querido amigo, como una oración invocadora y anhelante por el regreso del
camarada perdido. Porque al cantar aquellos mismos versos que el ausente cantó,
revivirá en aquel querido amigo, todo
cuanto él vivió.
Canto,
vida y amistad es la más bella constelación poética que un soñador de estrellas
podrá jamás contemplar. Y… Manuel Luís Medina…“El Minuto”… acunó su vida en la
dulce ensoñación de las estrellas…viviendo como cantó.
Alcanzar
esas rutilantes estrellas…es todo cuanto, en esencia, ansía el espíritu humano
que nos alienta. Alzar la mano hacia el infinito para atrapar un puñado de
aquel eterno resplandor, es un fútil y cándido gesto latente en la memoria de
nuestra niñez. Y sin embargo…hubo un niño que al alzar su mano, siempre
encontró aquel candente fulgor en la mano paternal que le diera refugio. Porque
aquella mano hospitalaria, era la sabia
ejecutora de un tropel de acordes de guitarra volando hacia la luz.
Portar
orgulloso aquella vieja guitarra, siempre fue el mágico privilegio para el hijo del cantor, y el más entrañable recuerdo
que atesorara para sí, el hijo del hombre.
Cuando
el cantor ya no estuvo entre nosotros…sólo quedó el silencio…porque en la
ausencia del padre, sólo el mutismo de
aquellos acordes procuró en el hijo el mitigar de su dolor. Hasta que mucho
tiempo después…comprendió que su padre ya no volvería…que habría de ser él,
quien fuera a su encuentro, emprendiendo un vertiginoso viaje hacía aquel
remoto candor de la infancia…allá donde la luz ampara la inmortalidad de los
poetas, los cantores y algún que otro alma bendecida por la genial e ingenua
locura. Y…aprendió a vivir como cantó su padre…cantando lo que vivió el cantor.
Aprender
a vivir, es complacerse en la inmensa dicha de compartir con el amigo los
anhelos y sentimientos… regalar poco a poco el corazón...haciendo a los demás
cómplices y copartícipes de las hondas
motivaciones que reclama el espíritu. Es por todo esto…y por mucho más…por lo
que el entrañable amigo Luis Medina abre nuevamente sus ventanas a la calle donde una vez transitó aquel inolvidable cantor que fuera
su padre, para que todas las auroras inunden los balcones…acompañando los sonoros ecos nocturnos de una canción… y ya
nunca regrese el gris de las sombras…porque al fin se habrá cumplido el mágico momento…de tan
sólo un preciso instante…donde habremos de sentirnos en la feliz estadía que
conlleva el pasar, verdaderamente, un minuto entre amigos.
Félix Román Morales.
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